LAS COSAS NUNCA SON NEGRAS O BLANCAS
Era una noche sombría, las pequeñas farolas de aquel callejón
iluminaban las baldosas uniformes de una extraña y siniestra forma. Los árboles
de alrededor parecían estremecerse ante el aura de la noche. El gran cielo
estaba totalmente despejado, la única compañía que poseía eran las incontables estrellas que se hallaban en el universo aún
poco conocido.
Una persona parecía acercarse lentamente agarrando la rienda de un
caballo que le acompañaba obedientemente. El hombre tenía una expresión
tranquila, pero tampoco mostraba una cara jovial, vestía una sobrevesta
templaria y caminaba con actitud realmente admirable de la gran confianza que
desprendían sus firmes pasos, propios de un caballero.
Al otro lado, cerca de la acequia, se hallaba otro hombre de
prominente barba blanca, ojos pensativos, un gorro que le aguardaba del frío y
una vestimenta un tanto peculiar. Estaba sentado con una postura meditativa
cuando de pronto se percató de la presencia de otro ser a tales horas de la
noche. Por un momento pensó que se dirigía hacia él, pero ni siquiera parecía
saber de su existencia, no era la primera vez, casi siempre pasaba desapercibido
y su presencia era raramente de interés en aquella pequeña aldea.
Aquel caballero se dirigía al profundo y frondoso bosque conocido
por aguardar extrañas criaturas que servían de grandiosas leyendas y de creación de diversos poemas de cantares de
gesta. Criaturas imaginarias o no, que eran muy entretenidas para la gente y
útiles para las advertencias y amenazas que algunas madres daban a sus hijos.
El hombre de blanca barba se levantó y gritó al caballero:
-¡Heeeey! ¡Señoor! ¡Aguarde!
-¿Quién osa interrumpir mi caminata?- preguntó mientras giraba la
cabeza.
-Disculpe caballero, le vengo a advertir del peligro que le
acechará en ese bosque- Le dijo mientras se quitaba el gorro y se agachaba a
modo de reverencia.
-¿Peligros? En todo caso, yo soy un peligro para el bosque. No le
temo a nada, bastantes batallas nos arrebataron el miedo a mí y a mi querido
corcel. No hay menester de perder el tiempo en patrañas de este lugar.
-¿Puedo entonces acompañarle caballero…?
-Arturo, llámeme caballero Arturo. ¿Y a qué se debe su interés en
acompañarme?- le cuestionó entrecerrando los ojos.
-Se debe, caballero Arturo, a que mi humilde ser no ha encontrado
su lugar en esta aldea, me toman por loco por ser el único que se atreve a
pensar libremente, si es que existe tal libertad. ¿Acaso ser filósofo es un
delito? La gente de aquí cree que les haría un favor si me dejara llevar a la
guillotina, pero se equivocan, saldríamos de esta miseria si cambiaran de
opinión. Por eso le veo como una esperanza para salir de esta cárcel sin
cerradura, sería todo un honor hacerle compañía a un caballero solitario.
Tras varias horas hablando en la entrada del bosque, ambos, junto
al caballo, entraron en el interior.
-¿Y cuál es su nombre?
-Erick.
Las ramas de distintos árboles comenzaron a juntarse
misteriosamente, se enlazaban, las hojas se agitaban, el movimiento no era
causado por el viento ni por ninguna causa natural. La naturaleza era sabia,
pero no hasta el punto en el que los árboles actuaran de ese modo. Ya no había
salida, aquellos que osaron entrar en el bosque no podrían salir de nuevo hacia
la aldea y quizás tampoco hacia ningún otro lugar.
El caballero Arturo y Erick quedaron asombrados por el anterior
espectáculo, aunque, en realidad, Arturo ya había visualizado semejantes
escenas, incluso algunas más escalofriantes que esta última.
-¿Y a…a…ahora qué hare..haremos?-tartamudeó Erick.
-¿Cómo que qué haremos? Seguir adelante sin dudar y no dejar que
nada nos impida seguir viviendo. Erick ¿acaso tiene miedo? ¿Qué diantres le
sucede ahora?
-No es eso, caballero Arturo. Lo que sucede es que esto es nuevo
para mí, como diría Sócrates “solo sé que no sé nada”. Solamente estoy
confundido, pero he de admitir que la duda y la confusión es lo que más me
apasiona. Llevo décadas deambulando solo
y realizándome preguntas que respondo yo mismo, la gente actúa como si no
existiera, ni siquiera me ven, y ahora el hecho de que usted me hable y que
comience esta aparente aventura me frustra e ilusiona a la vez.
De repente, unos conejos de profundo color negro se acercaron hacia
los intrusos, el ambiente comenzaba a sentirse más tenso y menos apacible, las pocas esponjosas nubes observables en el pequeño trozo visible del
cielo se esparcían y por un instante el tiempo se detuvo. Estaba claro que el
bosque poseía algo extraño o especial. El caballero Arturo montó en su caballo
grisáceo dispuesto a buscar la salida para continuar su viaje de regreso a
casa, la última batalla había sido dura, se notaba el paso de los años en el
estado físico y la resistencia del caballero. En cambio Erick parecía empezar a
disfrutar del sitio y se encontraba intentando acariciar a los conejos.
De pronto un aullido propio de un lobo sonó en la lejanía, los
conejos echaron a correr en diferentes direcciones, Arturo buscó con la mirada
a Erick, pero este ya no estaba. Gritó su nombre varias veces y no obtuvo
respuesta. Galopó en busca del filósofo desconocido, sacó su espada y comenzó a
cortar varias ramas que se interponían en su camino, una serpiente apareció
dispuesta a lanzarse hacia el caballero y este le cortó la cabeza antes de que
fuera demasiado tarde. Bajó del caballo para limpiar su espada con la hierba y
volvió a subir a los pocos segundos. Un ciervo pasó a gran velocidad delante
del caballero y una flecha de arco se clavó en un tronco.
-¿Qué hace aquí señor?- preguntó el cazador del que provenía la
flecha.
-Debo marchar hacia Castilla, iba acompañado de Erick, un hombre de
la aldea, ¿le ha visto?
-¿Erick? Vivo en esa aldea desde que nací, todos nos conocemos por
lo pequeña que es y le aseguro que no hay ninguna persona llamada Erick, ¿no se
habrá confundido?
-Entiendo, indíqueme la salida humilde arquero- le ordenó dándole
un besante.
-Será un placer, sígame.
Contaban los rumores que vagaba un alma desde hacía siglos, en
ocasiones se escuchaban canciones compuestas por preguntas en el fondo del
bosque. Pocos se atrevían a hablar de ello, excepto los más valientes. El
caballero Arturo nunca olvidaría a Erick, las horas con él fueron un valioso
tesoro, ya que no era fácil encontrar a un individuo como él.
Todo empieza por el principio.
¿Va a volver el caballero?
¿Lo traerá de vuelta el arquero?
Todo acaba por el final.
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