MI DECISIÓN, MI LIBERTAD, MI DIGNIDAD... YO

Takwa, una estudiante valenciana y una joven musulmana, por fin volverá a clase con el velo. El instituto ya ha permitido la entrada con el hijab (el velo) tras haberle impedido a la misma estudiar en el centro debido a una normativa que prohíbe cubrirse la cabeza. 

No os puedo explicar con palabras la importancia que tiene para mí esta noticia. ¡Me he alegrado tanto de conocer su historia y el desenlace de la misma!  No obstante, he sentido una inmensa tristeza en mi corazón, ya que me he acordado de una de las peores experiencias de mi vida. 

Quiero expresar lo siguiente públicamente con el objetivo de hallar una solución al problema que pasé y que no enfrenté hace unos años, ya que no solo es una simple secuela personal, sino que es algo que ahora mismo siguen sufriendo más musulmanas. 

Antes de leer lo que voy a escribir a continuación, me gustaría aclarar que ya han pasado casi tres años desde lo ocurrido y que hay detalles que no recuerdo con claridad. Aun así, voy a tratar de describir los hechos de la mejor forma posible, todo ello con buena intención y con el objetivo ya mencionado. 

En el IES Liceo Caracense de Guadalajara (España), el instituto al que fui desde primero de la ESO hasta primero de bachillerato, se prohíbe a las musulmanas llevar el velo. ¿En un país supuestamente democrático? ¿Aun existiendo en la Constitución española un artículo, el 16 en concreto, que garantiza la libertad religiosa? Sí, lamentablemente. 

Sinceramente, hace unos años yo aún no llevaba el velo debido a diversas razones. Algunas eran: mi madre tenía miedo de que me discriminaran y me decía que me lo pusiera cuando fuera a la universidad si eso era lo que deseaba y, además, yo en ese momento pensaba que primero debía mejorar como musulmana a nivel psicológico antes que el físico, es decir, tener unos valores esenciales y un acercamiento a Dios. 

Con el paso del tiempo, estas razones no me bastaban. No me terminaba de llenar. Sentía la necesidad de acercarme más al Creador. Quería cumplir con la orden de Allah y demostrarle mi amor más de lo que había hecho hasta entonces. Pero aún no estaba lista para dar el paso y no terminaba de comprender por qué. Ahora sé que el miedo me paralizaba. ¿Miedo de qué os preguntaréis? No de la opinión de la gente, sino de que las denominadas autoridades, en este caso de mi instituto, me prohibieran practicar mi religión llevando el hijab. 

Todo comenzó como un día cualquiera, estaba en cuarto de la ESO, en clase de "Educación ético-cívica". El profesor estaba dando clase y recuerdo que aparecía una imagen de una persona vestida con un burka en una de las páginas que estábamos leyendo del libro. Ciertamente hay detalles que no recuerdo como si fueran ayer, pero sí que hay momentos y palabras que nunca se me van a olvidar, o al menos no se me han olvidado hasta ahora. Recuerdo como el profesor afirmó que las personas que se cubren la cabeza con el velo o este tipo de vestimenta señalado en el libro no tienen dignidad. 

Al principio no creí lo que acababa de salir de su boca, así que inicié un debate con él, ya que siempre había sido, y sigo siendo, una alumna participativa y me gustaba aprender, ya fuera debatiendo o preguntando. Él siguió con su postura, así que, entre la impotencia que sentí y la frustración ante tal pensamiento de una persona que me parecía tan formada y tan culta, le dije que al día siguiente iría con el velo para demostrarle la falsedad de su afirmación y que seguiría teniendo dignidad, tanto como mujer como persona. 

Llegó el día. Estaba nerviosa porque en el fondo quería llevar el velo desde hacía tiempo y esta era una oportunidad de empezar algo grandioso para mí. Cuando llegué a clase observé que la mayoría de mis compañeros llevaban una gorra o la capucha puesta de la sudadera. En ese instante no me di cuenta de ninguna de sus intenciones, seguía nerviosa por lo que pudiera pasar, pero también tenía miedo, mucho miedo de que no entendieran la felicidad que provocaba en mí llevar lo que para ellos era una simple tela. 

Recuerdo perfectamente que a primera hora tuve clase de matemáticas y que la profesora me miraba dudosa, no sabía si porque quería preguntarme por qué había venido con velo o si era para decirme que me lo quitara. Al final de la clase, si no recuerdo mal, me preguntó si iba a llevarlo siempre.

Más tarde, el profesor entró por la puerta como cualquier vez pasada. Mi cuerpo temblaba, no podía tranquilizarme de ninguna manera. La incertidumbre de lo que iba a suceder me comía por dentro. Lo que pasó a continuación fue algo que me sorprendió bastante, y no de forma positiva: el profesor iba pasando lista y cada vez que nombraba a un alumno que llevaba gorra o capucha, le decía que se la quitara. Algunos lo hacían sin rechistar, otros le pedían una explicación y el profesor les respondía que era por la normativa del centro. Cuando llegó mi turno me negué rotundamente y una de las compañeras se volvió a poner la capucha y le dijo al profesor que si no me quitaba yo el velo, ella tampoco se quitaría la capucha de la sudadera. A continuación se unieron a ella más alumnos. Mis ojos se abrieron como platos ante tal escena. Era peor que un jarro de agua fría echado al cuerpo, mucho peor. 

No sabía si todos y cada uno de los que participaron en tal, ¿cómo llamarlo?, ¿hazaña?, ¿jugarreta? No podía ni describir lo que estaba presenciando. El caso es que no sabía si todos tenían las mismas intenciones, ni sabía quién había pensado en hacer eso. 

El profesor me pidió que explicara delante de todos por qué me había puesto el hijab y se inició un debate en mi contra. Eso sí, algunos preguntaban por curiosidad, o al menos eso creía, pero otros me cuestionaban de muy mala forma. Solo un alumno, y un gran amigo, me defendió. Y el profesor le dijo que se callara y que si quería añadir algo que levantara la mano. 

Como me rehusé a obedecer tras volver a repetirme el profesor que debía quitarme el velo, debido a la normativa del centro que prohíbe cualquier complemento que cubra la cabeza, me mandó a dirección. El director supo utilizar las palabras adecuadas para manipular la situación. Digo "manipular" porque no encuentro otra palabra que describa mejor lo que pasó en realidad. Me dijo que fuera a clase y me lo quitara delante de todos a la vez que les realizaba una cuestión: ¿Ahora tengo más dignidad? Me acuerdo de que logró convencerme y de que me dio la esperanza de que podría llevarlo si reunía firmas de los profesores a favor de que lo llevara, ya que era una normativa del instituto y no estaba solo en sus manos cambiarla, sino que debía ser votada.

Hice lo que me dijo: volví a clase y me lo quité delante de todos, y quería explicarles de nuevo por qué era mi derecho llevarlo y lo mal que estaba dicha normativa. Justo tocó el timbre y todos salieron al recreo. Me quedé sola en clase con una amiga. Es verdad que yo en esa época no llevaba todavía el velo, pero sentí una decepción impresionante y un malestar interno indescriptible. Fue entonces cuando sentí que de verdad había renunciado a mi dignidad. 

Lo pasé realmente mal, pero no quise rendirme. Fui con papel en mano en busca de cada profesor del instituto para recoger las firmas. Cuando ya llevaba dos firmas a favor de dos profesoras me dirigí al departamento de Historia. Nunca olvidaré cómo me trató la profesora. Me dijo que me fuera a mi país si quería llevar el velo y una serie de oraciones despectivas que me dolieron como nunca antes. No pude continuar, al salir de allí me rendí. No busqué a más profesores. 


Empecé primero de bachillerato. El asunto no acabó allí, ya que seguí yendo al despacho del director para hablar de ello. No recuerdo todo la verdad, pero sí de lo que voy a detallar ahora.

Tenía al mismo profesor, pero esta vez nos impartía la asignatura de "Filosofía y ciudadanía". Durante el año nos mandaba realizar disertaciones como trabajos. Me encantaba, era mi parte favorita de la asignatura. Seguramente fuera porque me encantaba escribir y probarme a la hora de argumentar sobre un tema y descubrir cuáles eran mis posturas ante diferentes premisas o cuestiones que encabezaban la disertación. 

Recuerdo que escribimos varias disertaciones, y la última era: "¿Dejaría usted que los alumnos de un centro escolar público llevaran la cabeza tapada?"
Miré fijamente al profesor y le dije que si nos iba a mandar esta tarea porque ellos, los profesores, no sabían qué decidir sobre si dejar llevar el velo a las musulmanas o no. Estaba enfadada, pero a la vez entusiasmada. Ahora que escribo esto sé que puede sonar muy raro y contradictorio, pero esta es mi personalidad. Y en ese momento sé que me sentí de esas dos formas. La razón por la que me sentí entusiasmada era porque veía la oportunidad de convencer a los de arriba (los profesores y el director) para cambiar dicha norma. 

Lo desafiante no era solo escribir y desarrollar una buena disertación a favor o en contra de ello, sino que nos dijo el profesor que las cinco personas con las mejores disertaciones de primero de bachillerato harían un debate público con otras cinco personas de otro instituto, el IES Castilla. Pero que no se sabía todavía si nos iba a tocar a nosotros, el Liceo Caracense, defender la postura a favor o en contra, ya que eso se iba a votar posteriormente. 

Hice mi disertación. Os prometo que fue uno de los deberes que más he disfrutado hasta ahora. En mi vida lo he pasado tan bien como cuando escribí esa argumentación, de verdad os lo digo. No podría usar más función expresiva del lenguaje para describir mi emoción de entonces.

¿Sabéis qué? Fui la mejor en dicha disertación. Me saqué un 9,8. Sí, aún lo recuerdo a la perfección. Cuando el profesor colgó la hoja con los resultados en el tablón de la clase y me dijeron que yo había sido la primera elegida para el debate no me lo pude creer. Cuando lo comprobé por mí misma me llené de felicidad... hasta que vi que nos tocaba a nosotros defender la postura en contra, es decir, teníamos que "convencer" al otro instituto de por qué no se debería dejar que los alumnos de un centro escolar público llevaran la cabeza tapada.

¿Qué podía hacer? El profesor al verme me dijo que si no quería participar en el debate, no habría problema, ocuparía mi lugar la siguiente persona de la lista con buena puntuación. Tras pensármelo unos minutos le respondí que sí participaría, que no tenía problema en actuar en contra de mis principios, de mi persona... que era capaz de realizar tal actividad y demostrar la ridiculez de mis argumentos. Los alumnos elegidos quedamos para hablar de nuestro debate. Supe entonces que iba a prepararme bien el debate, aunque fuera lo contrario de lo que pensaba, quería hacerlo bien. Todos los presentes del debate podrían pensar bien en su opinión al respecto independientemente de lo que dijéramos nosotros o el otro grupo. 

Fue el 6 de junio de 2014. Ya os podéis imaginar lo nerviosa que estaba, pero estaba ansiosa a la vez. Era algo que nunca había hecho en mi pasado y estaba preparada para pasar por esa experiencia. Sentía que si superaba ese acto, podría con todo. Fui incluso con una americana para ir lo más formal posible. 

El debate, que yo recuerde, no iba a finalizar con un ganador o perdedor. Solo era un debate que se realizaba como actividad filosófica y que serviría para subir la nota de los participantes al final del curso. Cuando concluyó me felicitaron algunos profesores. Ya había terminado y no me había muerto ni me había desmayado. Admito que fui feliz, pero no por ir contra de mi propio ser, sino de ser capaz de ser objetiva y de actuar con seriedad.

Recuerdo perfectamente que al acabar fui a hablar con los tres profesores del IES Castilla, el otro instituto. No sé cómo se me ocurrió, pero les pregunté si en su instituto dejaban llevar el velo a las musulmanas. Me dijeron que sí, que claro que dejaban. Fue en ese momento en el que pensé con claridad que quería cambiarme de instituto. Y así lo hice, me cambié fuera de plazo con la razón de que quería llevar el velo y que no me dejaban en el Liceo Caracense. Me acuerdo que fui con mi madre y le dije a la mujer que nos atendió que me quería cambiar, aunque no entendía por qué ya que se supone que ninguna norma de un centro debe contradecir la Constitución. ¿Sabéis qué me respondió? Que sí tenían el derecho de aplicar esas normativas en el centro. Y así fue cómo me rendí. Sí, fue una rendición. Sigo con la espina clavada. No luché por mi derecho. Tenía que haber luchado por mi derecho y por las musulmanas que vendrían después de mí a estudiar al mismo instituto. Estaba tan devastada y sufrí demasiado psicológicamente, me sentí tan sola y sin una solución real, que tomé la decisión de cambiarme. 

Me quedó por primera vez en mi vida una asignatura para septiembre. Tendría que recuperarla antes de empezar segundo de bachillerato en el IES Castilla, que aún no sabía con certeza si me admitirían, aunque el propio jefe de estudios me dijo que no habría problema y que seguramente me darían plaza.

El 3 de julio de 2014 decidí ponerme el hijab por convicción propia. No aguantaba más. ¿Por qué tendría que seguir esperando el aprobado de los demás ante una decisión personal y tan importante para mí? Estaba al fin feliz, pero a la vez triste por haber tirado la toalla con respecto a reivindicar mi derecho en el Liceo Caracense. 

Llegó septiembre y cuando fui, con mi velo por supuesto, a hacer mi examen de recuperación me dijo la profesora que saliera de clase y que no haría el examen hasta que me lo quitara. Le aclaré que ya no era alumna de ese centro y que solo venía a recuperar la asignatura y que si quería, podía comprobar ella misma si llevaba yo algún pinganillo o lo que fuera que le preocupase que llevara debajo del velo. Se negó completamente. 

Fui a dirección y llamamos a mis padres. Mi madre vino finalmente a hablar con la profesora de estudios indignada y al final llegamos al acuerdo de que la profesora me haría el examen en una clase a solas y me quitaría el hijab. La condición era que no entraría nadie, sobre todo personas del género masculino. Empecé mi examen, incluso después de lo ocurrido. Todo iba bien hasta que entró un profesor y dos alumnos. Sí, aún recuerdo hasta el número de individuos que entró. Me puse roja como un tomate, no sé si porque quería meterme debajo de la tierra y desaparecer o porque estaba tan enfadada que iba a estallar. Me sentí humillada, de verdad. No exagero, llevaba más de un mes con el velo y estaba cumpliendo un principio muy importante. La profesora tras bastantes minutos y al ver que yo había dejado de escribir, me dijo que lo sentía y que la acompañara a su despacho. 

Fui con ella, no podía ni hablar. Dejé el examen sin terminar tras otros minutos con ella en el despacho y salí de ese instituto deseando no volverlo a ver nunca más en lo que me quedaba de vida.


Hoy, día 22 de septiembre de 2016 a las 00:09, tras varias horas escribiendo esto para compartirlo con vosotros, me sigo sintiendo profundamente arrepentida por no haber insistido en quedarme y conseguir mi libertad, que en realidad no es solo mía, sino de todas las musulmanas. Y hablo de musulmanas y no de mujeres en general porque este tema en concreto es sobre el velo.


Actualmente, el instituto sigue con la misma normativa y conozco a varias chicas musulmanas que estudian allí. De hecho, hay una chica, que en pleno siglo XXI, se quita el velo antes de entrar a este centro "educativo".

Espero desde el fondo de mi corazón apoyo y difusión sobre este tema. Quiero solucionar lo que no solucioné en mi pasado. No estoy segura de cómo, aunque ya tengo pensado denunciarlo en un futuro muy cercano. Esta vez no me pienso rendir. El hijab no solo es un complemento o un simple adorno que se quita y se pone cuando apetece. Es nuestra identidad, nuestra decisión y nuestra libertad. 

Nunca dejéis que nada ni nadie os impida ser lo que os hacer ser vosotro/as mismo/as. 

Os lo agradezco infinitamente por adelantado. Me llena de alegría saber que hay gente que me lee, significa mucho para mí.


Nour H. L. 

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